30.5.09

¡Algo de unidad, por favor!

Cuando nuestro país y el mundo viven los peores efectos de una crisis internacional, en Chile la clase política trata de llevar agua a su molino. Obsesionada en potenciar sus propios intereses burlándose, en su egoísmo, de la mayoría ciudadana que ha perdido la fe en sus propuestas así como la solidaridad con sus críticas.

Ni las patadas, empujones, arañazos o abucheos son una forma de hacer política que guste a la mayoría de los chilenos. Es, talvez, momento de llamar a la reflexión. Estamos entrando en un camino donde la competencia, en un año electoral, amenaza con aislar a una clase política en extremo beligerante.
Ya no hay diferencias ideológicas, más allá de lo panfletario, ni en lo económico ni en lo valórico. Queda la sensación que los programas de gobierno, que aún no se conocen en su integridad, aún están en proceso de construcción.
La lucha está enfocada en quién es más “progresista”, término que cada cual acomoda a su amaño y conveniencia. Se promete lo que cada candidato cree les atraerá votos sembrando con ello confusión en el electorado, siendo difícil separar la paja del grano.
Sin embargo lo más complicado es convivir en un país que se llena de sospechas y prejuicios donde la palabra ladrón, sinvergüenza, aprovechador, se pronuncia con frecuencia sin prueba alguna. El lenguaje cambia de tono y se puede adjudicar al adversario cualquier epíteto.
La sociedad mayoritaria que forman los desilusionados de la forma de hacer política, de los que no tenemos militancia y solo vitrineamos en los escaparates partidarios que ofrecen una variada mercadería, en algunos casos, de dudosa calidad y precio, no sabe que pensar y, en muchos casos, se suma a la grita inconsistente de minorías que pretenden hacerse del poder.
La UDI vive su permanente riña con RN. En una negación de la auténtica democracia, como todos los partidos, son las minorías cupulares las que están armando el nuevo congreso nacional. En la Concertación las inconsistencias siguen el mismo camino. Eligen un candidato y unos cuantos ya hablan de bajarlo temerosos de lo que dicen encuestas, hasta el momento, poco confiables. Incluso al interior de los propios comandos se riñe sin tregua, como ocurre en todos los pactos.
Ni siquiera los que son minoritarios en la historia electoral de los últimos años, están exentos de la falta de acuerdo como ocurrió con Junto Podemos, que no ha podido mostrar la misma cara unitaria de otras elecciones.
Se producen incongruencias como que un diputado, vigente en la Concertación, es candidato en competencia con quien representa oficialmente a ese conglomerado oficialista. No critico la legitimidad de esa candidatura, pero los lectores coincidirán que todas estas peleas, inconsistencias y descalificaciones confunden al electorado. Nos dejan fuera a los que tenemos el poder del voto. Sin embargo, digamos las cosas por su nombre, vivimos una democracia falsa donde nuestra voluntad en la urna ya está sellada y manejada por una partidocracia que decide quienes son los ganadores.
No existe otra explicación cuando la UDI le pide a Lavín que vaya por la Quinta Costa, a fin de asegurar el cupo que dejará libre el senador Arancibia. Una manera de asegurarse ante un diputado Chahuan empinado en las encuestas.
El anacrónico sistema binominal permite estos manejos. Ingeniería electoral le llaman a esta manipulación de nombres, donde se sacan y ponen candidatos al amaño de los partidos, incluso, sin escuchar a su propias bases.
¿El voto ciudadano cuenta? ¡Definitivamente no! Somos sujetos de una trampa. Tenemos que tragarnos, electoralmente, el menú que cada partido nos presenta con figuras repetidas. Alguien nos dirá, “es lo que hay”.
En definitiva nuestro voto vale solo para lo que una minoría política nos ofrece.
Es tiempo de romper las cadenas de una democracia que la manejan unos pocos. Que, además, es beligerante y mal educada.
La sociedad está reaccionando por las redes sociales informales que se están creando en cada computador y en los comentarios que ciudadanos anónimo hacen los medios de comunicación.
Esa será la única forma de ir por una democracia verdadera donde la auténtica opinión ciudadana se tome en cuenta.