30.8.08

¿Gobierno ciudadano o gobierno representativo?

La confusión es general. Nadie sabe para quién trabaja, especialmente en el nivel parlamentario, con apoyos diversos y cruzados. Como para meditar qué es mejor, un gobierno ciudadano o uno representativo.
Cuando la Presidenta Michelle Bachelet planteó el gobierno ciudadano, más cercano y directo con la gente, pocos le entendieron, ahora comienza a quedar mucho más claro.
Las encuestas siguen provocando en el Ministro Secretario General de Gobierno toda suerte de sarcasmos político deportivos. Dice Francisco Vidal, Piñera es como Almonacid, está corriendo solo, luego ante otro resultado favorable al presidenciable de R.N., agrega, está en el kilómetro 20 de la maratón mientras el resto se encuentra pre calentando. Finalmente el jueves suma otra aseveración deportiva, la Concertación ganará 4 a 0 en la Municipal.
El asunto está tan complicado que resulta difícil hacer vaticinios. Nunca antes en la historia política de Chile habíamos visto tanta gente descolgada y disfrazada. Octubre tiene más cara de carnaval que de elección.
Ex PPD, Socialistas D.C. R.N. UDI, PRSD, se mezclan en listas diferentes.
Parlamentarios en ejercicio apoyan a candidatas y candidatos, que no son los propios, mostrando otras falencias partidarias que procuraremos dilucidar en los 4.000 caracteres que nos permite esta columna.
Queda claro que los partidos políticos no han cambiado el estilo de administrar sus cuotas de poder y se han quedado en el pasado. La disciplina partidaria sencillamente no se respeta. La ideología que les diferenciaba, hoy es una mezcla de toga y birrete, donde lo importante no es el programa sino que evitar las divisiones que los matices del programa provoca, ante un arco iris que perdió sus colores, frescura y lozanía de los 90.
Nacen, por sobre la ideología multipartidaria, las agendas personales y las arrancadas, “con caballo ensillado”, de aquellos que no pueden resistir la tentación de mostrar la camiseta interior, que llevan cubierta por la de la Concertación o la Alianza. Ambas coaliciones, ahora más que nunca, parecen matrimonios mal avenidos que permanecen juntos solo por el qué dirán o la conveniencia de tener o tratar de ganar el poder.
He pensado, sin apasionamiento, en algunas ideas expresadas por la Presidenta Bachelet cuando habló del gobierno ciudadano y muchas de sus leyes salieron al congreso sin consulta parlamentaria previa. Era una manera de interpretar, directamente, sin intermediarios, las necesidades de la gente común y corriente. Parecía una buena cosa.
No duró mucho esa idea, nuestros supuestos representantes pusieron el grito en el cielo, con razón o sin ella, pero ese tipo de democracia, interpretar directamente el sentir ciudadano, no acomoda a la clase política.
Se dice que el debate parlamentario es necesario para esclarecer los temas tratados, es razonable, pero también lo es, cuando la clase política acusa niveles muy altos de desconfianza, que la ciudadana se exprese directamente y el poder ejecutivo interprete el sentir que se recoge en terreno.
No ha sido así con la doctrina que pretendió aplicar, a mi juicio correctamente, la Presidenta. Su gobierno ciudadano se observó violentado cuando los partidos oficialistas protagonizaron, con transmisión de televisión y todo, la firma de un acuerdo para el cual no les bastaba la palabra presidencial, era necesaria toda una parafernalia comunicacional.
Ha quedado claro que la democracia representativa, que no se retroalimenta, se aproxima más a una partidocracia donde la disciplina interna doblega toda intención republicana de gobernar a favor de la sociedad.
Con esta práctica surgen las agendas propias, los descolgados y descolgadas, que luego de electos vuelven al redil aunque sea en corral ajeno.
Chile merece y busca una forma seria de hacer de la política una manera de fortalecer la democracia, no transformarse en trincheras, donde el voto se cambia con ofrecimientos de prebendas y transacciones de toda naturaleza.
Hacen falta caras nuevas en la política. Hace falta dejar atrás los traumas del pasado al cual recurrimos con frecuencia, más que por un afán de justicia, por el afán de creer que eso sigue dando votos.
El gobierno ciudadano, lamentablemente, fue una quimera.