15.7.10

Las polémicas Bicentenario

No tenemos remedio. Nuestra clase política no tiene remedio. Está en los genes de todos, el chaqueteo, el pelambre y complicarnos la vida, incluso, ante los momentos más importantes de nuestra Patria.
¿Cuántos días feriados?, la encuesta Casen y para terminar, un indulto pedido por la Iglesia Católica. Sin conocer sus términos, esta última propuesta, desató un vendaval de críticas.


A dos meses de celebrar el bicentenario, Chile nos parece más dividido que nunca. La afirmación no es un simple capricho, debo agregar, nos dividen los políticos, aquellos que hablan y opinan sobre las leyes, las reformas, los proyectos. Son quienes copan la agenda informativa y provocan, en la mayoría independiente de nuestro país, un estado de zozobra y obligan a tomar partido a favor de uno u otro grupo.
Todos, oficialistas y oposición, lanzan leña a la hoguera de las polémicas. Tenemos derecho a preguntarnos si, en medio de descalificaciones, con pañuelos de desilusión, saldremos a bailar la gran cueca del Bicentenario. Emularemos, acaso, a patriotas y realistas que se enfrentaron cuando se realiza la primera Junta de Gobierno.
La Iglesia Católica, en la esencia del espíritu cristiano, propone un “Indulto Bicentenario”, una excepción para perdonar a personas que pudieran merecer la compasión del Estado. Surgen voces sobre el tamaño y la calidad de ese acto de misericordia. La legítima posición de la Iglesia no ha encontrado el eco que se buscaba, es más, salen a relucir los odios, rencores y descalificaciones mutuas, que desde hace 40 años siguen dividiendo a los chilenos.
Cada cual, alzando su propia y personal verdad, quiere ver a quienes les ofendieron de diferentes maneras tras las rejas, ojalá para siempre.
Oficialismo y oposición no tienen acuerdo. Nadie le pregunta a la ciudadanía, solo se escuchan las voces de quienes acceden, dados sus cargos parlamentarios, de gobierno o dirigentes de la política, a los medios masivos de comunicación.
El espíritu unitario de la nacionalidad, del mismo himno nacional, y la misma bandera se pierde en el tráfago de la discusión pequeña y de los argumentos ligeros.
Parece que nuestro país ha perdido en doscientos años el sentido de unidad, de causas justas y mayoritarias. Nuestra historia, lamentablemente, está marcada desde los inicios de disensiones. O’Higgins y Carrera, Balmaceda y los congresistas, de allí en adelante nos hemos jugado la independencia, en asonadas, golpes y matanzas.
Somos apenas 17 millones de habitantes y no hay voces serenas, líderes, que nos vuelvan a las raíces de un país que cuide de todos y de su progreso, progreso más en base al trabajo tesonero que a formulas políticas milagrosas.
Discutimos sobre la pobreza y en vez de unirnos, buscamos culpables, cuando la responsabilidad es compartida. Que cada cual haga lo suyo. El que genera empleo que pague la justa remuneración. El Estado que administre los recursos sin pensar en los votos que le reportará un determinado programa. Que los dineros sean administrados con eficiencia, pensando en los desposeídos, no viendo en cada rancho, y en cada familia que apenas sobrevive, una urna electoral.
En un país de 17 millones de personas que aún, después de 200 años, tengamos más de dos millones de personas en pobreza nos debe preocupar. La clase política cree que la solución es descalificarse mutuamente, están equivocados.
Es el momento de poner a todos los chilenos y chilenas, con buena voluntad, a trabajar intensamente para que cada hogar pueda decir que tiene más oportunidades. A sentirnos orgullosos de la tierra que habitamos, donde creamos que cada generación ha entregado su aporte.
No cabe duda que hay causas para unirnos, como nos unió un mundial de fútbol. Ahora tenemos la oportunidad de comenzar una tarea que no es deportiva, pero inmensamente noble. Derrotemos la pobreza sin pensar en el lucimiento de un Presidente, de un sistema político determinado, o de una receta partidaria infalible.
Más que polémicas o indultos, que parece no tenemos la madurez para apoyarlos, vamos por algo más sublime que es la solidaridad con aquellos que esperan tener trabajos, justamente remunerados, hogares que no se llueven en el invierno, hijos que puedan superar a su padres y enorgullecerlos con sus logros,
¿Es una utopía? Al Bicentenario le hace falta una gran utopía nacional.