22.8.09

¿Cuándo interpelamos la política chilena?

La interpelación, institución muy seria en otros países, aquí es solo una chacota. Se ha convertido en el mejor camino para que los chilenos creamos menos en una parte importante de la base de una democracia. Quienes nos representan son parte de un circo pobre, en argumentos, inteligencia y sobriedad.

La interpelación al Ministro del Interior, esta semana, demostró que no tenemos la madurez necesaria para hacer preguntas fundamentadas, series y respetuosas, que nos representen en los grandes interrogantes que la sociedad enfrenta, así como de respuestas documentadas y serenas.
Interpelador e interpelado se merecieron, el uno al otro, nada aportaron más allá de un show de descalificaciones con un final de espectáculo que ni siquiera nos asombra. La manera de hacer política, las razones para interpelar, solo se hacen pensando en las ventajas electorales más que en la necesidad, de cara a la ciudadana, de aclarar acciones y conductas de la autoridad.
El espectáculo de un diputado de la UDI, faltando el respeto al Ministro del Interior, desobedeciendo los insistentes llamados al orden del Presidente de la Cámara de Diputados, solo contribuyen al aumento de la desilusión que, la mayoría de los chilenos, sentimos por esta clase política que va de mal en peor.
No existió mucha diferencia en lo ocurrido en el hemiciclo parlamentario, con el intento de fuga y la batahola correspondiente en un tribunal de menores que, con ayuda de sus familiares, intentaron escaparse luego de escuchar la sentencia.
Hace mucho tiempo que en este país deberíamos interpelar a quienes se dicen nuestros representantes. La posibilidad de hacerlo no existe. No se contempla en la constitución. Son intocables, especialmente cuando acuerdan que no pueden ser investigados por la manera en que gastan los recursos públicos que reciben para funcionar como un poder del estado.
Pero ya es tiempo que actuemos con “serena firmeza” como decía un ex Presidente de la República. Tenemos en nuestras manos la manera de interpelar a parlamentarios, no todos obviamente, que solo se preocupan de satisfacer sus intereses partidarios, su ego y sus propias fantasías electorales.
Cuando llegue el momento de votar tenemos la fuerza de sacar del congreso a aquellos equilibristas de cuerda floja, a los que usan un lenguaje desatado, más por la pasión que la razón.
Si los partidos no nos presentan a los mejores sino solo a los que tienen más influencia para ser nominados, miremos a los independientes o aquellos que por primera vez incursionan en el parlamento. Seamos estrictos en la selección. No miremos la manipulada etiqueta del partido a que pertenecen, analicemos su capacidad, y por sobre todo su honestidad.
Si no podemos interpelar, hablemos con el voto. Expresemos nuestra protesta impidiendo que nos manipulen o engañen.
Tenemos el poder para que cambien las caras y las propuestas. No permitamos que sigan diciendo lo que supuestamente pensamos y de lo cual nunca nos han preguntado.
Es necesario sanear la política, re encantar a la gente más joven que aún no encuentra una razón por la cual votar.
No solo se está envejeciendo el padrón electoral, también lo hacen los candidatos que nos proponen. Ellos están transformando el servicio público en una profesión que no se abandona nunca, ni siquiera cuando las ideas frescas, innovadoras, hace tiempo que les han dejado.
Da vergüenza ver una interpelación donde lo que prima son las preguntas sarcásticas, la sorna y la crítica, muchas veces, sin mayor fundamento. Cuando eso ocurre no podemos esperar otra cosa, más allá, que respuestas en el mismo tono.
Al final como si fuera un espectáculo de circo romano, todos se declaran vencedores y corren a felicitarse mutuamente. Las luces se encienden y los micrófonos se acercan, para escuchar las declaraciones de estos modernos gladiadores con lenguas de estilete.
¡Qué falta de respeto al ciudadano común! Hombre o mujer que ya en esta fecha, tiene un montón de cuentas que pagar sin saber con cuánto va a terminar, al debe, el mes.
En diciembre tenemos la posibilidad y el derecho de interpelar con nuestro voto. Hagámoslo con sinceridad, sin presiones, solo con nuestra conciencia, en el silencio de la cámara secreta.