2.6.07

¿Se nos acaban las energías?


Repentinamente nuestro país, que nadie puede dudar está por entrar en las ligas mayores, con un crecimiento superior a lo esperado, con una economía que tiene importantes reservas y un gasto público histórico, especialmente, en cuanto a inversión social, parece que se le están acabando las energías.

Tenemos dos Chile, uno negro y oscuro si lo miramos con el prisma opositor, y otro brillante y triunfador si lo miramos con el cristal oficialista. Ni lo uno ni lo otro. Somos un país que se está desarrollando, con muchas políticas públicas acertadas, pese a voces negativas que siguen creyendo que solo se crece por lo que hacen los gobiernos, desprestigiando o desconociendo la creatividad e innovación del sector privado.

Sin embargo se nos está acabando la energía, no la que impulsa ideas o iniciativas, se acaba la que recibimos para que las industrias se muevan. No solo para que usted encienda la cocina de su desayuno o pueda darse una reconfortante ducha, sino que para que este país prosiga los procesos productivos de toda naturaleza, que son el motor de la economía y el crecimiento.

Los economistas han señalado, desde diferentes perspectivas, que para vencer la fuerza de gravedad que nos mantiene apegados al subdesarrollo, necesitamos una fuerza propulsora de un siete a un ocho por ciento de crecimiento promedio anual.

La semana pasada Argentina nos cerró la canilla del gas natural por 48 horas. El susto fue grande, estuvimos a punto de quedarnos sin gas para los domicilios que se surte de ese hidrocarburo. Nos hicieron creer que eso era muy grave, pero se está ocultando que el problema más complejo, aún, es que hace bastante tiempo no tenemos el gas natural comprometido para que los procesos industriales y, especialmente, de generación de energía eléctrica funcionen a valores económicos estables.

Está a punto de quebrar la empresa GasAtacama que surte de electricidad al SING (sistema interconectado del norte grande), y que representa el 90% de la electricidad que consumen las empresas mineras en Tarapacá y Antofagasta. La causa, ahora debe generar electricidad, exclusivamente, con diesel de alto costo.

Al iniciar el siglo XXI nos casamos con una sola matriz energética, ante la promesa Argentina de contar con un hidrocarburo barato. El Gobierno no desarrolló ningún otro esquema que pudiera prever la falta de gas natural. Apostamos a un solo proveedor.

Resulta patético, leer la polémica desatada entre la ex ministra Blanlot, el ex Ministro Rodríguez y el senador Girardi sobre quien advirtió o no, con anticipación, que esta crisis se iba a producir. Todos se señalan culpables entre sí, entretanto los chilenos miramos el espectáculo que ofrecen las autoridades responsables, en su momento, de evitar este tipo de grandes errores.

Se habla, y los políticos son buenos para ello, de energía atómica o eólica, sin embargo se califica o descalifica estas alternativas sin ningún estudio al respecto. ¿Qué se está haciendo?¿Cuántas universidades o grupos de investigadores han recibido recursos para ver como solucionaremos el problemas en los próximos cinco años?
Resulta desalentador comprobar como se gastaron 24 millones de dólares, para estudiar un plan de transporte que ha resultado un fracaso. Cómo se piden 290 millones de dólares más para superar los resultados del fracaso, previamente estudiado y pagado.

Si solo todo el dinero que se ha gastado, en reconstruir puentes que se caen, poblaciones que se autodestruyen, colegios que no se pueden utilizar por fallas estructurales, o pistas de aterrizajes como la de Pudahuel que se deben reconstruir, más todo lo que se han robado malos funcionarios y administradores políticos, se hubiera dedicado a estudiar, en serio, la matriz energética, este país que, obviamente, progresa ya tendría un presente del cual disfrutar los chilenos.

Lamentablemente, el presente, el disfrutar hoy de los sacrificios de la generaciones pasadas, no está en la agenda política, donde por décadas y décadas no han ofrecido “un futuro mejor”. Claro sin futuro no hay promesas y sin promesas los políticos, con honrosas excepciones, no sabrían que hacer.