6.7.12

El hombre de Blanco



De lenguaje sencillo, buen comunicador, sonriente y con alguna broma a flor de labios, soñador, orgulloso de haber trabajado en el área de la salud, y hombre con espíritu de servicio público a flor de piel, ese era en pocas palabras Oscar Pereira.

Le conocí hace muchos años, cuando por primera vez incursionó como candidato a Concejal por Coquimbo. No era un político tradicional. Temprano adivinó que la política de trinchera no conducía a ninguna parte, era lo que se conoce hoy como una persona transversal.

Paramédico de profesión, se caracterizó por su personalidad sencilla, extrovertida y amistosa. Siempre que conversamos tenía alguna broma a flor de labios, incluso cuando con singular entereza enfrentó una enfermedad que, el bien lo sabía, tenía un pronóstico fatal.

Luchó hasta el último minuto con gran entereza. No se rindió ante los desafíos de una cáncer cruel, y siguió firme en su puesto de Alcalde, sin retroceder incluso ante algunos agoreros que ya anunciaban su prematura muerte.

Pasó por la política Municipal con gran dignidad, lleno de proyectos para su puerto de Coquimbo. Nunca se lamentó de sus dolores, a veces se quejaba de los recursos escasos para seguir haciendo obras, junto al equipo municipal y al Concejo, que esta semana le ha visto alejarse, sin rendirse, sin lamentos, con la conciencia tranquila y el deber cumplido en la medida de sus posibilidades.

Nadie tiene la potestad de saber lo que nos depara el destino, como la alegría se torna en tristeza, y como retorna en las brisas de nuevas esperanzas.

El había colgado su delantal blanco y el trabajo de Hospital para sumir la representación de toda la Comuna de Coquimbo.

El viernes de madrugada, a la hora que mucha gente de la salud se levanta para tomar su turno en hospitales, postas o consultorios, Oscar Pereira, me imagino, dejó la cama donde la enfermedad le había postrado y el buen Dios debe haber estado esperando para devolverle el delantal blanco, que por tantos año llevó, curando heridas y dolores.

Me imagino a Oscar, dando una última mirada al mundo que dejaba y en un rincón de la tierra, a lo lejos, ver a su puerto que se alejaba entre mareas, para emprender el viaje a instalarse en alguna nube, en el cielo eterno y, con una última sonrisa musitar “gracias a la vida”