17.6.11

No me gusta Santiago

Por alguna razón, las ciudades se nos atraviesan en la mente como poco hospitalarias y hasta agresivas.


En algún momento algo golpea la conciencia y nos muestra una calidad de vida que rechazamos, una conducta ciudadana que no nos gusta.


La política, y la inercia de quienes son los que gobiernan, legislan o imparten justicia, las transforman en poco acogedoras y a los que las visitamos, en ciudadanos temerosos.



No me gusta Santiago cuando tiene smog, no solo el que se respira en las mañanas, al mediodía o al atardecer, es también la bruma de las reyertas políticas que, en la capital, se siente más fuertes y agresivas.


No me gusta Santiago, pintarrajeado de consignas, con las cortinas metálicas de las tiendas cerradas llenas de grafitis, que solo sus autores entienden. Con gente durmiendo en la calle, con un letrero que pide unas monedas y una caja que está siempre vacía. Me parecen pescadores urbanos de dinero, con el anzuelo puesto y el sueño que nos les permite, siquiera estirar la mano.


Sí, me gustan los perros de la ciudad, cancheros, esperando con la gente que cambie el semáforo para cruzar la calle, al mismo paso que todos nosotros. Si el semáforo es largo el perro santiaguino lo sabe y se sienta en sus cuartos traseros, nosotros no podemos.


Estuve toda esta semana en la región metropolitana y, me temo, la próxima también. Cuando el viernes regresaba a La Serena, venía pensando en lo que debía escribir para este domingo, de ahí estas reflexiones.


No me gusta Santiago, cuando los estudiantes salen con los adultos a protestar, por temas diferentes, con actitudes distintas. Entiendo, como todos, los gritos y las marcha porque cuando fui dirigente estudiantil también grité y marché, curiosamente el tema era el mismo, las soluciones, como ahora, nunca llegaron.


Pero no me gusta el olor de las bombas lacrimógenas, ni la lluvia forzada del guanaco. No me gustan los jóvenes encapuchados que agreden, cobardemente, que incluso saquean locales, rompen semáforos. Los legítimos argumentos, aquellos de fondo, de una sociedad que busca y grita sus problemas, son desvirtuados por el ente anónimo que no muestra su rostro pero si sus desviados instintos destructivos.


No me gusta Santiago cuando veo al Presidente del Senado, con algunos de sus colegas, parados frente a la Moneda llevando unos carteles, parados para la foto y para dar testimonio que no tienen nada más importante que hacer. ¿Por qué, con una milésima de su dieta, no le pagan a un desempleado para que porte el letrero, y ellos se dedican al trabajo, que los electores les han confiado, legislar?


No me gusta Santiago cuando delincuentes destripan los cajeros automáticos. En las grandes tiendas engañan a sus clientes.


Este no es el Chile que queremos, ni la capital que quisiéramos tener.


Todo se cocina en la gran ciudad, que engulle recursos, mientras en las regiones languidecemos.


Siempre se habla que se romperá el círculo vicioso que hace que la provincia emigre a la gran capital, más recursos, más industrias, más poblaciones, mayores posibilidades de encontrar trabajo, están en “la metropolitana”, o en las minas del norte.


No me gusta Santiago, no por sus edificios, paseos, plazas y avenidas, más que nada es porque veo deambular, entre los ministerios, a los artistas del circo político, equilibristas y alambristas, expertos en la cuerda floja partidaria. El gobierno vende el 30% de una sanitaria y los que ayer, las vendieron todas, completas, en solo doce años, recriminan y ponen el grito en el último piso de las reclamaciones.


No me gusta la capital, donde se manejan los acuerdos y tejen las estrategias de oficialismo y oposición, cuando veo una pareja de ancianos que tomados de la mano caminan, lento el paso, soñando en el bono de los 50 años que tarda en llegar.


No me gusta cuando subo al metro, todos apiñados en la hora punta, y veo a un hombre más cerca de los ochenta y más lejos de los setenta, que lleva con cara cansada un porta documentos. Aún, a esa edad trabajando, mientras le siguen descontando un siete por ciento de salud.


Los políticos, impávidos, no tienen puesto el oído en las necesidades de las personas, quieren solo legislar para ellos. Las leyes políticas les importan más. ¡Fin al binominal gritan! me parece bien, pero quieren más senadores y diputados, entretanto, las leyes que ayudan a la gente siguen esperando.


Perdonen la letanía, pero por eso, no me gusta Santiago.