8.1.11

¿Quién pierde en política?

No es el análisis razonado, la argumentación concreta y sustentada en hechos, lo que nos puede decir quién pierde o gana en política. En este mundo globalizado, donde las comunicaciones son instantáneas y multitudinariamente compartidas, mandan las encuestas. Voz ciudadana activa y poderosa.

Dos encuestas, importantes y creíbles, se conocieron en los últimos diez días. El pulso político dio claras señales que la salud partidaria, de los que gobiernan y de los que legislan, incluyendo oposición y oficialismo está bastante deteriorada.
Por alguna razón desconocida, sin embargo, la voz ciudadana no siempre es escuchada. El razonamiento que se hace la sociedad tampoco parece percibirse, pese a que una cuidadosa lectura e interpretación de las redes sociales que hoy se tejen nos podrían anticipar como se están interpretando las acciones de los políticos.
En las últimas dos encuestas conocidas queda claro que perdió el gobierno y perdió la oposición. Pero un cuidadoso estudio demuestra contradicciones que requieren de un análisis más detenido de sus resultados.
La primera conclusión es que a los ciudadanos no les gusta una presidencia en exceso personalista y un equipo que comete continuos errores comunicacionales, como ocurrió en defensa, con la polémica del puente que se construirá en el río Bío Bío. Tampoco parece como algo aceptable los conflictos de interés del presidente que impactaron, a mi juicio injustamente, en el caso ANFP. Razones había para tener reservas o hacer creíble una mentira, cuando el Presidente de la República demora mucho en vender sus acciones en Colo Colo.
Este es un gobierno que hace su gestión ignorando al sustento más importante, los partidos políticos de la Alianza. Aunque se insista en llamarse coalición por el cambio no hay una razón lógica que dé consistencia a esa denominación. Los parlamentarios oficialistas se enteran por la prensa de algunas acciones claves que se emprenden en “La Moneda” y naturalmente eso crea roces partidarios que apenas se disfrazan en medio de declaraciones de buena crianza. Es claro que el concepto de unidad política, de la necesaria creación de apoyo parlamentario, no es un activo del actual gobierno que luce demasiado personalista.
Por otro lado, la Concertación tampoco sale bien parada. En un esfuerzo constante por demostrar a su electorado que sigue unida no encuentra el camino correcto. Su actitud es muy mal evaluada. En definitiva los partidos políticos que la conforman, en esta mano, dejar de ser gobierno, se han desperfilado en sus particulares visiones ideológicas. Cuando se actúa en la oposición podrían desatar las amarras, cada cual marcar su terreno, de lo contrario solo mantendrán la esperanza de contar para la competencia presidencial con su figura mejor evaluada, que trabaja en el extranjero y que no ha señalado que aceptará una candidatura presidencial. Atrapados en esa esperanza no surgen nuevos candidatos. Si actuaran con mayor independencia, desde la oposición, los valores particulares que les distinguen podrían permitir que surjan otros liderazgos y no caer en errores como la de poner, en la Presidencia del Senado, a un parlamentario que hizo trampas con las estampillas y los sobres en la cámara de diputados, que avaló las acusaciones del caso Spiniak y que exhibe un historial político confuso. ¿No tienen para el Senado algún representante mejor calificado?
El gobierno no necesita que los opositores le compliquen la vida, se la complica solo y ello no es bueno si pretenden continuar gobernando al país.
Primero deben hacer esfuerzos por demostrar cohesión política en el parlamento. Sólido apoyo partidario, una política comunicacional clara y coherente con las iniciativas que se quieren incorporar. Especialmente señalar con claridad los plazos a cumplir en algunas promesas emblemáticas, como el 7% de los jubilados.
Las rendiciones de cuentas no son la metodología adecuada, frente a un determinado número de invitados escogidos, no trascienden a la ciudadanía. Las estadísticas, crecimiento, desarrollo, cambios sociales pueden ser palabras vacías si ello no se siente, por el ciudadano común, que les benefician.
Discursos que solo suenan como palabras bonitas no mantienen o suman adherentes.