4.12.10

Reformas electorales

Uno de los temas más importantes, posteriores al retorno a la vida democrática normal, ha sido una reforma profunda al sistema electoral.

Entre otros cambios declarados, pero nunca enfrentados, por falta de consenso político, se encuentran terminar con el sistema electoral binominal y, profundos cambios, con inscripciones automáticas, voto voluntario y sufragio de chilenos en el extranjero.

En lo personal, lo he señalado en más de una oportunidad, nunca he sido partidario del sistema binominal, me parece no refleja lo que son las minorías y mayorías políticas. La intención de quienes formularon este criterio, se basó en que llevaría a la formación de grandes bloques, alianzas de partidos, para lograr sumar votos que pudieran elegir a los candidatos.
Desde el punto de vista, anteriormente expuesto, se cumplió el objetivo, nacen dos grandes conglomerados, bastante variopintos en cuanto a sus posturas valóricas y visiones de gobierno. El sistema, sin embargo, desorienta al electorado por una razón muy sencilla, a ratos quienes son oficialistas toman posiciones opositoras frente a su propio gobierno. Durante 20 años observamos en la Concertación una falta de alineamiento político. Nacieron los “díscolos” y posteriormente movimientos que se escindieron definitivamente del “arco iris” concertacionista.
Actualmente la alianza por Chile, de verdad uno no sabe cómo llamarles definitivamente, a veces se autodenominan coalición por el cambio, sufre el mismo problema. No hay unanimidad, ni en los partidos que integran estas agrupaciones, o en el accionar de los parlamentarios, que desarrollan sus propias órbitas y movimientos de traslación ideológica frente a determinadas posturas, en este universo de la política chilena. No faltan los satélites más pequeños, que orbitan de planeta en planeta partidario, sin ser capturados por la fuerza de gravedad de ninguno de ellos. Ejemplos claros, el PRI; el PRO y el PC.
¿Esta galaxia quedaría deshecha si se termina el sistema binominal y volveríamos al polvo de estrellas con múltiples partidos? Definitivamente creo que no, ahora, hay una ciudadanía más culta, que aprendió a pensar por cuenta propia, que tiene enlaces, aún no medidos en su potencia, en redes sociales, diarios ciudadanos, correos electrónicos.
La balanza ya no se mueve de la misma manera que en el pasado. El fenómeno comunicacional de la gente, individualmente concebido, les permite migrar ya no por definiciones ideológicas, de un candidato a otro. Se niega a quedar cazada en las redes conocidas como “izquierda, derecha, centro izquierda, centro derecha y, últimamente, progresista”.
Si la política no ve estos fenómenos sociológicos, en tiempo breve, no van apuntar en la dirección correcta.
El uso permanente de “la pobreza”, como un elemento común del vocabulario político electoral, unido al de “los más desposeídos”, suenan falsos ante la cantidad de escándalos que se producen con el uso de los recursos del Estado, el actuar individual y colectivo de quienes gobiernan, o legislan.
El voto ciudadano se orienta más por valores, que por declaraciones de principios. Importa la honestidad, la credibilidad, ser ejecutivo, acogedor, franco, consecuentes etc. Esos, podríamos interpretarlos como los valores ideológicos del ciudadano del siglo XXI. Curiosamente, aquellos ciudadanos, son los que no quieren inscribirse en los registros electorales. Son los que no creen en la palabrería que se generó en el lenguaje de la guerra fría el siglo pasado.
Un alto porcentaje de quienes son parte de la dirigencia política chilena, permanecen con los códigos del 1900, donde los rencores del pasado, la cuentas por cobrar, los resentimientos, permanecen ocultos, pero acechando, para saltar a la palestra en cualquier momento.
Inscripción automática, voto voluntario y ojalá voto de chilenos en el extranjero, sin condiciones, nos pondrán al día para que el oído de quienes legislan o constituyen el poder ejecutivo, escuchen a una ciudadanía, que votando o absteniéndose de hacerlo puede hablar más fuerte que nunca, en una democracia completa y no circunscrita a las minoría políticas partidarias que, hoy, nominan candidatos y acceden al poder, en el gobierno o en el parlamento.