17.9.09

El derecho a equivocarse

La crítica a Marco Enríquez Ominami recordando una entrevista concedida a dos medios de comunicación hace seis años, nos alerta de lo peligroso que resulta juzgar a las personas a partir de acontecimientos del pasado.
Típico de nuestras costumbres, por eso todavía disputan carreristas con O’higinianos. Balmacedistas con congresistas, o partidarios de la UP con opositores a Allende.


No fue buena la idea de Magdalena Piñera recordar en internet, una entrevista dada por Marco Enríquez a la revistas Cosas y al diario La Nación el año 2003. Error no forzado e indicios de una campaña sucia que, creo, la mayoría de los chilenos rechazan.
Afortunadamente las reacciones fueron positivas. Magdalena se disculpó. El propio Marco se distanció de esas entrevistas señalando que fueron propias de su juventud, con ideas que actualmente no sostiene, lo que parece razonable. ¿Quién de nosotros puede decir que no ha cometido errores en el pasado? Equivocarse forma parte del proceso de madurez que experimentamos en nuestra vida.
Muchas veces escuchamos a personas mayores, que les gustaría tener menos edad, pero con la experiencia del momento presente. Como tal cosa resulta imposible vamos por la vida aprendiendo y golpeándonos.
Las causas que abrazamos van cambiando, con nuevas visiones, aprendizajes, experiencias y consejos. No gusta y menos se cree a quienes dicen que nunca han cambiado, que mantienen sus ideas desde siempre.
El derecho a evolucionar es el que hace progresar a las sociedades en su conjunto. Se comprende a Marco Enríquez Ominami, cuando el mundo real que conoció era absolutamente diferente a su país de origen. El idioma que utilizó, para pronunciar sus primeras palabras, es distinto al que se habla en Chile, incluyendo paisajes, amistades e ideas políticas.
Si antes decía que le gustaría tener otra nacionalidad, respetar una bandera y escudo diferentes, no representa un pecado capital, no le desacredita para que ahora, con mayor madurez, piense diferente.
Si no aceptáramos que esta es una ley de la vida, del sentido común, nos estaríamos atribuyendo una suerte de ser absolutamente dueños de verdades absolutas y todo quien no piense igual está equivocado y es nuestro enemigo.
En política es una práctica común la descalificación y no la razón. Se acoge, se hacen alianzas, a quienes piensan distinto, por conveniencia, por estrategia o porque no hay otro remedio.
Se introdujeron las alianzas instrumentales, que son solo espejismos de una afinidad política que no se comparte.
No se puede criticar a Marco Enríquez, cuando la concertación lleva la candidatura de Eduardo Frei, opositor a la U.P. en su momento y donante económico del gobierno militar. Tampoco se puede criticar a Frei por aliarse con los comunistas.
En la vereda contraria la oposición levanta la candidatura Piñera, opositor al gobierno del general Pinochet, partidario y votante por el no en el pasado.
La candidatura opositora recibe el apoyo de un senador, prisionero en la isla Dawson, en 1973.
Todo lo que indicamos es señal que el mundo cambia, la gente cambia y las alianzas políticas fluyen en todas las direcciones y conveniencias.
Para entender la política hay que conocer los códigos de personajes que miden sus ideas y exponen sus promesas, sacando cálculos en cuanto a los votos que pueden obtener.
Nos quedan algunos meses de campaña y es de esperar que las cosas mejoren en cuanto al tono de las campañas.
Tenemos la esperanza que se piense en los ciudadanos, que en alto porcentaje ven a los candidatos como pugilistas desafiantes, golpeándose cada vez que pueden bajo la cintura y se modere el lenguaje.
La consecuencia, es uno de los valores que la política chilena ha perdido. Se critica porque Aznar viene a dar su apoyo a Piñera, pero nada se dice cuando lo propio hicieron Felipe González, Rodriguez Zapatero o Alfonsin, con candidatos presidenciales de la concertación.
Parece ser que “lo que es bueno para mí, es malo para ti” prima en muchos quienes quieren ser nuestros representantes en una democracia que dista mucho del pensamiento de Lincoln; “El gobierno del pueblo por el pueblo y para el pueblo”, entendiéndose como pueblo a todos quienes habitamos un territorio soberano.